A 10 kilómetros de la carretera principal se encuentran varias montañas repletas de petroglifos, los de Chichictara, las líneas y geoglifos que hay en las mesetas palpeñas son un buen complemento para lo que observamos en Nasca, y relativamente cerca de ese lugar, en el valle de Ingenio, dos iglesias jesuitas, San José y San Javier, resisten, abandonadas, el paso del tiempo, reflejo de la época de esplendor de las haciendas.
De Palpa también se llega a Puerto Caballa, un buen viaje en el que algunos toman la tangente para recorrer, con areneros o camionetas 4×4, las dunas del desierto, llegar a la playa, hacer un campamento y, a la luz de las estrellas, comer los lenguados que horas antes han sacado del Pacífico. Y este es uno de los fuertes de Palpa: la comida.
Esta ciudad siempre ha destacado por sus naranjas, sus ciruelas y sus camarones. Las primeras están siendo reemplazadas por el cultivo del mango, aunque se pueden encontrar en los puestos de fruta que hay junto a la Panamericana Sur, y en el mercado del lugar. Los camarones se pueden comer, en todas sus formas, en alguno de los restaurantes de carretera que tiene Palpa, como el Claudia".
Crónica de Iñigo Maneiro
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